Subir las escaleras hacia la sala de baile, la banda recién está a punto de comenzar. Sentarse, esperar que se llena el local. Percibir por el rabillo del ojo que se acerca desde el escenario un hombre hermoso de pantalón rojo, hablando por teléfono. Inclinar la cabeza instintivamente y desviar la vista, encontrar en un instante corto pero decisivo sus ojos con tu mirada inquisitiva. Sonreir de pura intriga mientras que desaparece detrás de tu espalda. Escuchar unos temas de la banda, bailar un poco, mirar a los demás bailando. No sorprenderse cuando el hombre atractivo reaparece con su mano extendido, pidiendote que bailas con él. Dejarte llevar a la pista. Intercambiar sonrisas confidenciales, casi conspirativas. Palpar el ritmo. Comprender al toque sus movimientos, obedecer sus manos que lideran una coreografía de figuras infinitas, acomodarse en sus brazos dirigentes, sentir su calor. Bailar como bailaste toda tu vida con este incógnito. Sentirse impresionada por su estilo impeccable, su altura, su fuerza, su gracia. Brillar. Gozar de la admiración mutua cada vez que los movimientos sincronizados brevemente les permiten cruzar miradas. Besarle la mejilla que te ofrece al fin del baile. No tener palabras. Sentarse y mirarse boquiabierta a los manos con la sensación de estar tocada hasta las fibras más íntimas de todos tus tejidos. Preguntarse como es posible que continuaron funcionando las rodillas, qué milagro que no se aflojaron en el acto. Tomar unos minutos para recuperarse. Girar la cabeza, buscar al ilustre criatura que te iluminó la noche, que te inspiró a bailar tan divino. No hallar más su figura, buscar en vano hasta que finalmente lo ubicas... en el escenario entre los demás artistas, tocando trombón! Admirarlo con fascinación. Esperar que termina tocar, deseosa de hablar con el, de agradecerle, pedirle bailar otra vez, decirle qué delicioso baila.
Perderle de la vista y no volver a ver el trombonista misterioso... bailó un solo tema, tocó unos temas con la banda, y desapareció. Sonreir por enesima vez. Sonreir con melancolía por el momento enigmático, de sublimidad volátil e insuperable, sabiendo que nunca más en tu vida vas a bailar como esta noche con él.
(Buenos Aires, 11 de diciembre 2014. Por ser el último show en diciembre, esa noche la banda despidió el año con amigos y músicos invitados)
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