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Noches Mágicas

- una colección - 


#8 Todavía-no-tan-audaces tacones

La Glorieta de Belgrano... El nombre en si ya suena como una dulce promesa de volatilidades románticas de noches estivales. Momentos sublimes y un arsenal de sensaciones ofrece la milonga del elegante pabellón de música en el parque Barrancas de Belgrano. Para los bailarines y los espectadores igual, no todo el mundo viene a bailar. Los matices suaves de la música y las luces seductores tienen una atracción mágica para cualquier persona que esté cerca. Hay gente mirando y hablando, jóvenes echados en el pasto tomando mate, viejos comentando desde su banquito, niños jugando o bailando espontáneamente. El público forma parte del espectáculo, de la atmósfera de cuento de hadas. Más allá la vida continúa; tráfico, colectivos, el tren. Sin embargo, los sonidos llegan atenuados, como de otro mundo, otra realidad.

Las escaleras son la esclusa a otro universo. Sobre los escalones anchos los bailarines descansan, e intercambian sutilmente sus miradas de contacto, mientras que las mujeres recién llegadas cambian sus zapatos. Una vez subido las escaleras, la cartera se engancha a la rejería de hierro forjado. Casi un acto simbólico… liberado de su último lastre, hombros y brazos están disponibles para el abrazo llamado tango. El ambiente es acogedor e informal: no hay reservas, ni mesas, ni competencia por el mejor lugar. Al anochecer, un organismo creciente de cuerpos sincronizados llena la hermosa pista de piedra circular, que tantos pasos sostuvo. Todo parece admisible: una abigarrada colección de zapatos de tango, zapatos para caminar, chancletas, ropa de baile, ropa de calle, jóvenes, viejos (y aún más viejos), amigos, amantes, parejas, solteros, principiantes, intermedios, Argentinos, extranjeros, y más que nada todos los estilos de baile se lucen. Tango sin reglas, para todos, para el amor y para la diversión.

Ahora que voy más frecuente y disfruto de mis avances, llegó el momento de explorar más a fondo las milongas. Los jueves por la noche con música en vivo en La Viruta fueron un buen comienzo y al principio toda una experiencia. Pero la falta de progreso me desanimó. ¿O se estancó el desarrollo precisamente a causa de la baja frecuencia? De todos modos, siempre terminaba en la misma clase de ochos, con el resto de los torpes. Un círculo vicioso que ahora se está por romper. Bastante valiente digo, porque francamente el tango me inspira un poco de ansiedad. Sin suficiente experiencia, sin la confianza de que no voy a crispar inmediatamente y con la sensación de ser un elefante con dos piernas izquierdas en una tienda de porcelana, las milongas parecen lugares oscuros y temidos donde únicamente estaré invadida por todos mis demonios de tango.

Hasta anoche, en la Glorieta. Brilla esperanza en el horizonte para las almas de tango principiantes. No es que soy directamente la heroína. Antes de que llegara mi compañero de baile y que pude ponerme mis todavía-no-tan-audaces-tacones ya me tocó la suerte de un primero "¿Bailas?". Los utilicé como pretexto, los zapatos…. Antes de que ellos se dejen guiar por cualquier galán ya estarán desgastadas las suelas. Momento perfecto para dejarme calzar un par más atrevidos.

(Barrancas de Belgrano, 7/11/2010.
Esta columna fue publicada en la revista de tango holandesa “La Cadena” en diciembre del 2010. La traduje ahora para celebrar mi vuelta al abrazo del tango en los últimos meses).



#7 Media Gaucha
Salir a cenar en un lindo resto en Palermo Soho con un nuevo pretendiente: 54 años, divorciado, 2 hijos, economista y terrateniente. Dejarte agasajar. Escucharle preguntar "¿te gustan los chicos?". No ahogarse con el vino, respirar profundamente. Pensar en los ejemplares de 27 que te persiguen en los boliches, que se te acercan con el morro abierto para llenarte la boca con su lengua después de bailar tres pasos o intercambiar tres palabras. Abandonar tu primer pensamiento, intuir que este galán no está preguntando por tu experiencia con su competencia, sino que quiere palpar si estás dispuesta a actuar como vientre para gestar su segunda camada. Reírse con uno mismo por el malentendido y las asociaciones totalmente contradictorias que alberga la palabra chicos. Sonreir, formular una respuesta diplomática, perdonarle su intento de tratar holgadamente este delicada tema entre plato principal y postre. A pesar de la inminente incompatibilidad intentar alguna relación con el tipo. Darse cuenta que 20 años de matrimonio no garantiza saber cómo complacer una mujer en la cama. Darle tiempo y cierto grado de clemencia. Aceptar su invitación para ir al campo un buen día. Almorzar lechón de la parilla en la casa humilde de su encargado y familia. Escuchcar el suspiro de alivio cerca de la mesa cuando se advierten que a “la extranjera" le gusta - como Dios manda! - comer con sus manos si el menú trae carne con hueso. Disfrutar de su hospitalidad tan pura y sencilla. Al atardecer hacer la ronda con tu compañero y el encargado. Pedirle al joven gaucho permiso para montar su caballo. Seguir con la inspección montada, admirar los potreros, preguntar sobre las pasturas, los cultivos y el manejo de las tierras. Galopar, sentir el aire, el viento, la libertad del espacio abierto. Volver, terminar la jornada rural con un tinto en la intimidad de un fuego enorme en el living de la estancia. Hablar de las esencialidades de la vida. Volver a Capital contenta. Unos días después, escuchar qué había opinado el encargado de ti: "media gaucha la Holandesa". Entender orgullosamente feliz que mejor halago no existe al sur del Río de la Plata.

(Rosas, Provincia de Buenos Aires, 25/9/2012)


#6 Caballito 
Volver a casa de tu clase de tango, un lunes a la noche. Caminar tranquilamente por Pedro Goyena, la avenida más bella de la ciudad. Sentirse simplemente feliz andando ahí, donde la serenidad del anochecer envuelva a tí y a los árboles majestuosos. Recordar de repente que debes llevar un cerebro de vaca a la clase de Anatomía a la mañana; unas semanas más tarde el sistema nervioso central está programada y los estudiantes deben traer su propio material.

Tomar rumbo hacia el Mercado de Progreso, que fortunadamente está siempre abierta hasta las nueve. Entrar y pasear por las galerías del mercado antiguo, donde los mostradores exhiben sus productos deliciosos y donde huele siempre a pan fresco. Buscar la sección de los carniceros artesanales con sus brazos fuertes y delantales blancos, ver como cortan las reses y preparan sus especialidades debajo de los arcos altos.

Sentir como durante esta misión especial sucede algo hermoso en tu propio cerebro. Darse cuenta que esta noche vas a recordar para siempre, que este momento lúcido y notable está imprimiendo una memoria indeleble. Dejar penetrar como un rayo de sol resplandeciente de oro puro la comprensión de que en algun momento va a haber un día que ya no vivieres más aquí para estudiar y bailar, día en lo cual fueres a mirar a tu epoca en Buenos Aires y saber que ha sido un período de tu vida extremadamente especial y valioso.

Preguntar y enterarse de que el carnicero te puede ayudar: siempre le entregan carcasas frescas los lunes. Acurrucar con cuidado en un recipiente los dos grandes puños de giros cerebrales que te alcanza. Reir con tu mismo, mirandote caminar por el Mercado con tu bandeja de contenido sangriento, guardandola cuidadosamente como si fuera la reliquia más preciosa del mundo. Intuir que tu cara y todo tu ser deben irradiar una felicidad atrayente, ya que todos los carniceros dejan de trabajar para verte pasar, abren su boca como para decir algo, pero no escuchas ningún sonido. Moverse como en una especie de película en cámara lenta. Flotar tal vez, radiante.

Refrigerar el cerebro bovino durante la noche y conservar en formol, el día siguiente en la facultad. Conservar tu sentimiento de suma felicidad la misma noche ya, como una nueva joya reluciente entre tus miles de recuerdos atesorados. (Buenos Aires, 16 de mayo, 2011. Publicado como Domweg Gelukkig in MI NUEVO RITMO)




#5 San Telmo
Empezar el día de mejor manera: rendir un final oral de Cirugía, aprobar. Sonreir, contenta que tu 4º año de Ciencias Veterinarias está por terminar con muy buenos resultados. Ir a bailar salsa en El Toque Cimarrón, donde toca la banda Sonora Camarón, para celebrar. Tomar el 2 en Rivadavia, a esa hora nocturna llegas muy rápido a San Telmo. Mirar a las avenidas calmas durante el viaje, a los edificios oscuros y silenciosos, inhalar la atmósfera de una ciudad que se prepara para dormir. Bajarse en Belgrano, caminar por Perú. Encontrar unos cartoneros trabajando al otro lado de la calle. Recibir sus piropos “reina hermosa”, y “si la belleza fuera pecado no existiría perdón para vos” con una sonrisa enorme. No preocuparse de las discusiones modernas sobre la cosificación de las mujeres. Considerar que para esos pibes, es su manera de comunicar y tu sonrisa simplemente funciona de contribución silenciosa pero elegante a su conversación. Sentirse segura en las calles de la ciudad, por estar abierta a este tipo de interacciones, sin miedo ni prejuicios.

Subir las escaleras hacia la sala de baile, la banda recién está a punto de comenzar. Sentarse, esperar que se llena el local. Percibir por el rabillo del ojo que se acerca desde el escenario un hombre hermoso de pantalón rojo, hablando por teléfono. Inclinar la cabeza instintivamente y desviar la vista, encontrar en un instante corto pero decisivo sus ojos con tu mirada inquisitiva. Sonreir de pura intriga mientras que desaparece detrás de tu espalda. Escuchar unos temas de la banda, bailar un poco, mirar a los demás bailando. No sorprenderse cuando el hombre atractivo reaparece con su mano extendido, pidiendote que bailas con él. Dejarte llevar a la pista. Intercambiar sonrisas confidenciales, casi conspirativas. Palpar el ritmo. Comprender al toque sus movimientos, obedecer sus manos que lideran una coreografía de figuras infinitas, acomodarse en sus brazos dirigentes, sentir su calor. Bailar como bailaste toda tu vida con este incógnito. Sentirse impresionada por su estilo impeccable, su altura, su fuerza, su gracia. Brillar. Gozar de la admiración mutua cada vez que los movimientos sincronizados brevemente les permiten cruzar miradas. Besarle la mejilla que te ofrece al fin del baile. No tener palabras. Sentarse y mirarse boquiabierta a los manos con la sensación de estar tocada hasta las fibras más íntimas de todos tus tejidos. Preguntarse como es posible que continuaron funcionando las rodillas, qué milagro que no se aflojaron en el acto. Tomar unos minutos para recuperarse. Girar la cabeza, buscar al ilustre criatura que te iluminó la noche, que te inspiró a bailar tan divino. No hallar más su figura, buscar en vano hasta que finalmente lo ubicas... en el escenario entre los demás artistas, tocando trombón! Admirarlo con fascinación. Esperar que termina tocar, deseosa de hablar con el, de agradecerle, pedirle bailar otra vez, decirle qué delicioso baila.

Perderle de la vista y no volver a ver el trombonista misterioso... bailó un solo tema, tocó unos temas con la banda, y desapareció. Sonreir por enesima vez. Sonreir con melancolía por el momento enigmático, de sublimidad volátil e insuperable, sabiendo que nunca más en tu vida vas a bailar como esta noche con él.
(Buenos Aires, 11 de diciembre 2014. Por ser el último show en diciembre, esa noche la banda despidió el año con amigos y músicos invitados)


#4 Recoleta
Tener una invitación para una Fiesta Masquerada en la Embajada del Reino Unido. Llegar ese viernes a Recoleta con tu más bella máscara y tu falda preciosa de colores llamativas. Encontrar a tus amigos, conocer nueva gente, charlar, sentir como la atmósfera, las copas y las ganas de festejar incentivan una celebración desenfrenada, gradualmente se forma una masa bailando como loco, moviendose, saltando, palpitando al ritmo de la música. Participar apasionadamente en la locura. Tratar de olvidar que tienes clases a las 7:00 de la mañana (sí, hay facu los sábados...). Por ser demasiado boluda responsable, estar al punto de dejar ese caldero de alegría hirviente a las 2:00 AM, cuando el argentino-que-ya-consideraste-el-más-guapo advierta que estás juntando tus cosas para escapar. Mirarle a los ojos chispeantes mientras que te confia que para el la velada se terminare al momento que saldrías. Irresistible. Decidir espontáneamente de quedarte un rato más, a la joda con tus clases! Decirle al caramelo que te chamulle bien, entonces.

Descubrir que la diva adentro sabe contestar de manera más divertida y encantador a este galán. Pintar vidas, buscar palabras cautivadores, relatar historias interesantes, apreciar que el caballero sabe entretenerte como vos a el. Intercambiar miradas un poco incrédulas aún pero sonrientes por el reconocimiento de la mutualidad. Mezclarse de vuelta en la fiesta sin fin. Hablar, beber, bailar, cuerpos acercandose, sincronizandose, los ojos no se sueltan más. Notar que sus amigos parecen estar en favor de lo que pasa, intuir que todo el universo esté en favor. Preguntarse si no sería prohibida tal euforia.

Lamentar preguntarselo cuando la onda empieza a esfumarse. No entender qué exactamente perturbó el curso natural de las cosas. No entender porqué en un momento desapercebido se fue el encanto, la promesa del desenlace. No entender nada. Mirar alrededor – baila con otras chicas y evita mirarte a tus ojos, está riendo con sus amigos pero no te busca más. Hacer lo que te dicta la intuición e huir, sin despedirte. Caminar por las calles desiertas, de adoquines brillantes por la lluvia recién caida. Contemplar cuánta soledad pueda sentir un corazón, como medirla. Si existiera termómetro indicaría sola-bajo-cero. Esperar al colectivo en el medio de la noche en una ciudad muda, inconsciente de lo que pasó. No recordar ver otra gente, ni un alma viva en todo el viaje. Llegar a casa devastada. Dos días más tarde, descubrir por LinkedIn y Facebook que el tipo tiene por lo menos tres hijos y está, por supuesto, casado. Preguntarse cuantas veces te van a decepcionar, cuantas veces hasta perder la confianza en los hombres argentinos. (Buenos Aires, 22 de octubre 2010)


#3 Boedo
Sábado por la tarde, escribiendo mi columna mensual. Me derrito, el sudor se desliza por mi espalda. Las nubes de una tormenta se acumulan sobre la ciudad y la humedad va a pasar el límite natural, una descarga esta noche será inevitable. Mi compañera Anke llega a casa, anuncia que esta noche su ex va a tocar. Festival de Tango Independiente, en la calle, en Boedo. Donde voy frecuentemente, a Pan & Arte, mi restaurante favorito. Bonito lugar, con su propio teatro, música en vivo, arte en la pared, comida deliciosa, pan fresco. A solo 10 minutos en bicicleta, bicisenda de puerta a puerta, perfecto.

Se pone más y más gris, cerramos las puertas y ventanas. Adentro el aire acondicionado nos sopla frescura mientras afuera la tormenta reúne a sus fuerzas. Gotas gordas caen, necesitamos entrar la ropa tendida! La lluvia previene que cosas acontecen. Cuando llueve es para los argentinos como la señal roja: quédate donde estás y no te muevas. Me temo que me estoy volviendo un poco argentina. Ya me imagino un aburrido sábado, con una película en el sofá. Anke dice que vayamos. Que nos tomemos el autobús en vez de la bici. Y un paraguas.

Acompañadas de relámpagos luminosos y truenos atronadores caminamos hasta la parada del colectivo. La lluvia sigue siendo maravillosamente apagado. La tormenta apenas nos golpea, sin embargo, produce una atmósfera bochornosa, cargada de expectativas. Hablamos y hablamos, Anke acaba de regresar de un largo viaje y el colectivo toma su tiempo. Al llegar a Boedo resulta que el festival al aire libre se movió hacia adentro, hacia el techo del teatro de Pan & Arte. Un espacio enorme, cubierto con una lona que a veces ondea peligrosamente en el viento. Caminamos hacia arriba, escuchamos música. Ya hay mucha gente, la tribuna en forma de escalera está llena. Nos paramos entre los otros, miramos, escuchamos, bebemos. La tormenta parece estar reflejada en el tango. Los feroces bandoneones la provocan, los furiosos violines la desatan. Pero nada nos puede dañar a nosotros, en la intimidad del desordenado techo teatral.

Encontramos al ex-novio, y sus compañeros de casa. Él cantará en el quinteto que toca a lo último. Una sorpresa cuando aparecen en el escenario con meros instrumentos de viento. Nunca antes escuché tango puro en forma de música de viento. Sus sonidos de terciopelo me pueden cautivar en cualquier tipo de música, y esta noche son intensamente hermosos, acariciando el alma; los tonos prolongados de los trombones, el resueño más pesado de la tuba, el toque suave de la trompeta. El staccato de la tuba parece hecho para el ritmo acompasado del tango, los demás instrumentos tejen a su alrededor una telaraña melódica, que conmueve en su serenidad. El canto expresa emoción, roza melancolía, cosecha por lo menos tantos aplausos como la música. La naturaleza parece una vez más reflejar la atmósfera de la música, la tormenta ahora está domada.

Doy las gracias a Anke, sin ella no hubiera salido. Ella me las da a mí, sin mí, se hubiera quedado en casa. Nos reímos y brindamos, alegre de que "mi" Pan & Arte se presentó a ella de manera tan especial. Nos prometemos solemnemente de llevarnos a más de estos lugares, los cuales, cada uno a su manera, encarnan la esencia de nuestra Buenos Aires. Para seguir descubriendo la hermosura que nos ofrece la ciudad. La próxima vez me toca a mí y yo voy a dejarme llevar con mucho placer. (Buenos Aires, 9 de marzo 2013. Publicado como La Esencia en MI NUEVO RITMO) 


#2 Caballito
Quedar con una amiga a la tardecita, caminar por el barrio hasta llegar a la Peluquería y Barbería La Epoca, una joya escondido abajo de los arboles altos de Guayaquil, justamente atras del Mercado de Progreso, a la hora que se juntan ahí los viejos vedettes para cantar sus tangos. Dejarte llevar por la nostalgia del museo vivo, la emoción de las voces y la atmósfera de otra epoca, como un viaje en el tiempo, mientras disfrutas de tu cafecito. Descubrir que tu amiga sabe cantar tango, cuando le pide al mozo de como arreglar para poder cantar. Decidir de volver e ir más temprano la próxima vez para escuchar a tu amiga cantar, porque ya se hace tarde y el maestro pianista no puede quedarse... Saludar a la gente que cantaron, agradecerles por su música y decirles hasta pronto. Volver caminando, pasando por el Mercado de Progreso, Rivadavia esquina Barco Centenera, otro remanente de una epoca pasada. Pasear por las galerías, con sus puestos colorados de hortalizas y frutas, pescados, carnes y quesos. Disfrutar del ambiente y sus aromas seductores, admirar a los productos maravillosamente exhibidos. Decidir que es tiempo de comer. Viajar hacia el sur, pasar los bordes de Caballito y entrar a la zona tranquila de Parque Chacabuco, donde se encuentra el secreto gastronómico mejor escondido de la ciudad. Entrar y saludar al dueño, y al chef - tu amigo Holandés cocinero. Presentarles tu amiga. Sentarse y dejarse soprender por los sabores que tu amigo lleva a la mesa. Derretirse por completo con el pechito picante con ensalada de remolacha, pomelo y palta, que tiene toda la pinta y suficientes horas en el horno como para deleitar tus papilas gustativas por completo. No hablar por unos instantes, disfrutar. Saludar a otro amigo Holandés, que decidió de casualidad volver justamente esta noche con un grupo de gente, al local que conoció por vos y que le encantó tanto. Despedirse de todos y volver a casa contenta, por los días que la vida brilla un poquito más, y por los momentos esenciales de tanta amistad. (Buenos Aires, 20 de noviembre 2014. Blog en holandés sobre la peluquería: Peluquería-tra-la-la-la)


#1 El sur
Salir de tu barrio, tomar un colectivo, destino sur. Visitar la inauguración de la exposición "Mujeres Palestinas, resistencia por detrás de los muros" en el Museo de Humor Gráfico Diogenes Taborda para celebrar el Día Internacional de la Mujer. Charlar con los demás, conocer nueva gente. Caminar por Caseros y disfrutar de la linda zona de Parque Patricios. Entrar en la zona de Barracas, visitar Espacio Cultural del Sur, una vieja casona de estilo colonial. Descubrir que hay en este momento clase de baile folklórica. Dejarse llevar para participar en la clase, bailar chacarera y zamba alegre en el patio hermoso que respira historia de epocas. Pasar por el galpón de Cirko Trivenchi unas puertas más allá en Caseros, descubrir que las funciones no empiezarán hasta medianoche - que nada cambió entonces desde aquel entonces. Volver a la esquina de Caseros x Entre Rios, decidir que la Pizzeria Las Palmas ahí no te apetece tanto y que no hay muchas alternativas en la zona (un McDonalds en frente que menos apetece). Tomar el 37 para volver al lado iluminado de la ciudad. Cenar en Celta , Sarmiento x Rodriguez Peña. Notar para una próxima que en el subsuelo hay un teatro con funciones lindas. Charlar. Reir. Disfrutar. Volver a casa contenta. (Buenos Aires, 8 de marzo 2014)

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